miércoles, 24 de agosto de 2016

La honestidad, ¿existe?



¿Quiénes mienten más, los hombres o las mujeres?
“No existe diferencia de género entre quién engaña más si los hombres o las mujeres. Pero sí es una pregunta que hacen más las mujeres”, contestó durante una cátedra el profesor Dan Ariely, quien dirige una serie de experimentos sobre el por qué mentimos, los cuales dan lugar a The Dishonesty Project  (El Proyecto sobre Deshonestidad).
Infidelidades, plagios, grandes escándalos corporativos, crisis financieras, trampas en los deportes, e incluso en la política con todo y sus implicaciones, el pan de cada día en el mundo. La verdad es que no entendemos bien por qué mentimos. Interesados por lo que llaman Economía Conductual, desarrollaron una serie de investigaciones para averiguar qué causa que mintamos y cómo podemos reducir la mentira.
¿Has mentido en lo que va del año al menos una vez?
Seguramente respondes que sí, alguna mentira chiquita. ¿Te consideras honesto? Respondes que sí…
¿Cómo es esto posible? Se trata del proceso de racionalización;  por una parte queremos mirarnos en el espejo como personas buenas, honestas y maravillosas;  por otra parte consideramos que no está de más contar con los beneficios de hacer un poquito de trampa.
Según esta investigación, racionalizar la mentira depende del Factor Difuso, que nos da la capacidad de actuar mal y considerarnos buenas personas, en cosas tan sencillas como pasarnos el límite de velocidad, exagerar nuestros perfiles en internet, evadir impuestos.
Este grupo de analistas concluyen que varios elementos pueden modificar la magnitud del Factor Difuso, como por ejemplo si tomamos en cuenta que todo mundo hace lo mismo, si consideramos que no estamos lastimando a nadie con la mentira, también por creatividad, porque nadie nos está viendo, porque no es un crimen, etc.
En uno de estos estudios en donde participaron 40 mil personas, se encontró  a solo 20 muy mentirosas y a 28 mil poco mentirosas. La verdad es que no suena grave el asunto si 20 personas son muy mentirosas, el impacto económico es muy bajo; pero si consideramos a 28 mil personas que hacen pequeñas trampas, el impacto económico es enorme. Pensemos en el porcentaje de los impuestos fiscales evadidos cada año, en los fraudes de seguros, en las estafas.
Según estos estudios resulta también que dentro de un entorno creativo, se es más propenso a encontrar justificaciones morales y mentir, alrededor de las RRPP y el mercadeo se da justo esa atmósfera de crear de la nada e inventar sobre la marcha.
¿Para qué mentimos?
Nuestros padres y tutores nos enseñan cosas como ser buenas personas, preocuparnos por los demás,  respetar al prójimo, y también aprendemos que no es grave mentir un poco. Un ejemplo de un engaño común y anual: Santa Claus y los Reyes Magos.
Dentro de todo este entramado de la honestidad y deshonestidad, una parte esencial es el autoengaño: sabemos que estamos mintiendo pero racionalizamos la situación, nos convencemos de cosas que nos son ciertas para crear una visión optimista de lo que necesitamos. Por ejemplo, si pensamos que el 80% de la población hace tal o cual cosa, nos justificamos y lo hacemos también. Esto puede resultar positivo o negativo. Por un momento pensamos “quizá hice trampa”, y al momento siguiente “no, soy un genio, y seré un genio toda la vida”;  esto resulta un impulso motivante muy fuerte.
Los detectores de mentiras, por otra parte, manifiestan la agitación emocional cuando nos sentimos incómodos, cuando mentimos por egoísmo el detector lo manifiesta; pero si mentimos por caridad el detector no capta nada, porque lo justificamos por una buena causa y así no hay conflicto ni problema emocional.
Otra de las conclusiones del estudio es sobre un principio muy básico: nuestro cerebro se adapta y codifica según un punto de partida. Si somos honestos y mentimos de repente, hay una gran respuesta cerebral respecto de nuestro límite personal. Si por el contrario estamos acostumbrados a mentir mucho, el cerebro no manifiesta mucho; al cabo de un tiempo la sensación negativa de la mentira ya casi no está y resulta más fácil mentir y seguir considerándonos buenas personas.
Otra de las pruebas consistió en preguntarles a 12 mil Jugadores de golf si harían trampa tomando la bola con la mano y colocándola en una zona conveniente y contestaron que no; pero al averiguar si le darían una patadita, o si la moverían con el palo, o con el palo sin mirar, entonces respondieron que sí. Mover la bola con la mano es una acción más deliberada, pero si hay distancia o un objeto intermedio entre el actor y el acto final, el engaño es más ambiguo y es más fácil hacer trampa. El problema de este resultado en la época actual en la que nos vamos alejando del dinero y nos acercamos más a las tarjetas de crédito y a los pagos por internet por ejemplo, hace que el fraude no sea con o por dinero directamente si no por otra cosa que se convertirá en dinero fácilmente.
¿Una manzana podrida pudre a las demás?
En una experiencias adicionales de este proyecto, se colocó una máquina expendedora de dulces que le daba a la gente lo que pedía y les regresaba el dinero, además instalaron un letrero que decía “llame a este número si la máquina no funciona”. Nadie llamó, tampoco nadie se llevó más de 4 dulces, como si tomar 3 o 4 dulces estuviera dentro del rango de lo correcto pero 5 ya no. Quizá la gente sometida a esta prueba estuviera racionalizando su karma con las máquinas expendedoras; el pensamiento seguramente va: “recuerdo una máquina expendedora que se quedó con mi dinero antes, seguro esta es pariente cercana de aquella”. Adicional a esto, la gente llamaba a sus amigos, el razonamiento es entonces: “si un amigo mío va y lo hace, entonces es todavía más aceptable”.
La deshonestidad es contagiosa, en grupo la gente hace más trampas si son prácticas aceptables dentro de su círculo.
Se les aplicaron mismas pruebas en el mismo ambiente a banqueros y a políticos, los banqueros hicieron más trampas. Mentimos por ser parte del sistema, o para beneficiar a otros, inclusive por conflictos de intereses.
Todos tenemos la sensación de que en algunos sitios son más honestos que en otros, por eso se llevaron a cabo las mismas dinámicas a varios lugares del mundo y ¡oh sorpresa!, no se encontraron diferencias. Mientras que en países escandinavos las personas afirmaron que se puede confiar en más del 60% de sus conciudadanos, en otros países de África y Sudamérica la gente aseveraba que se puede confiar en menos del 10% de sus compatriotas. Desde esta perspectiva, el desenlace es que no somos diferentes, y no somos malos, somos humanos. Sin embargo, según David Halpern, Director ejecutivo del equipo de observación conductual en Reino Unido,supone una gran ventaja vivir en un país en donde existe una gran confianza social pues impulsa el crecimiento económico.
¿Existe esperanza para la honestidad en el mundo?
Entonces ¿qué se puede hacer para que la gente se comporte mejor, cómo evitar desastres morales?. Considerando que al mentir dejamos de lado nuestra fibra moral, se aplicaron las mismas pruebas pero antes pidiendo a las personas juraran honestidad y lealtad ante la Biblia y códigos morales. Independientemente de la religión que profesaran y si conocían o no los códigos de honor, nadie hizo trampa.
La declaración de impuestos por ejemplo depende básicamente de la honestidad de la gente. En una colaboración que tuvo este grupo de investigadores con el gobierno de Reino Unido, compartieron un mensaje a los ciudadanos que decía: “9 de cada 10 personas pagan sus impuestos a tiempo”. El resultado: se elevó la recaudación entre un 30 y 35%.
Manipular con intervenciones mínimas es la base de la economía conductual, muchas veces pensamos que para cambiar el comportamiento de la gente, necesitamos cambiar la sociedad y la cultura. En realidad a veces pequeños trucos pueden tener un gran impacto, y no se trata de amenazas sino de recordarnos nuestra propia fibra moral.
Más información de este proyecto: thedishonestyproject.com

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