martes, 2 de noviembre de 2010

La muerte

     Lo único que tenemos seguro en el momento en que llegamos a la vida. Tan irónica como incontrolable.
Mi capricho es pensar que cumpliendo pronto todo lo que me corresponde, haciendo todas las cosas y aprendiendo rápido en la vida,  mi  vejez no será larga y mi muerte será solemne.
Me he encontrado ante la difícil resignación de perder a alguien que me ha dado muchísimo amor, de no volver a ver a alguien con el que sentía contaba todo el tiempo, de ver desgastarse a una persona día a día por una enfermedad. “Déjalos ir”, dicen por ahí, y yo agrego: “aférrate a LA PAZ”.
A veces pienso que de esta vida, primero se van los más CHINGONES, y vienen a mi mente muchísimas personas. Si he llorado cuando se van, es por quienes nos quedamos, porque nos sentimos abandonados, por mí, por mi egoísmo, porque los voy a extrañar.
Siento que los retenemos con nuestros chantajes: “tu puedes”, “échale ganas”, “no nos dejes”, “qué voy a hacer yo sin ti”. Pero llega un momento en que se cansan de aguantar y se dejan llevar. Entonces vienen las culpas, les reclamamos el que nos hayan “abandonado”. Ellos probablemente podrían decir desde donde estén: -“¿y tú? ¿Por qué no me disfrutaste lo suficiente cuando estaba contigo?” “¿Quién mejor que tú para quedarse un rato más en la vida a honrar a los que ya nos fuimos?”*

No hay comentarios:

Publicar un comentario